miércoles, 10 de marzo de 2010

Siento despertarte


-Siento despertarte a estas horas, susurró un espectro desde el dintel de la puerta.

Cuando pudo verla mejor tras apartar las legañas de sus ojos, observó que el agua le caía desde el pelo hasta los pies, tenía un labio partido, le sangraba la nariz, y su pálido rostro estaba amoratado.

- ¿Qué ha pasado? Vamos, entra, no te quedes ahí…

Ella no respondió, sólo temblaba como un cachorro.

Le tomo la cara con las manos y trató de fijar su vista perdida en su cara, para hacerla volver en sí, pero ella la apartaba, avergonzada.

La sentó sobre su cama y le pasó el brazo a modo de abrigo sobre los hombros; ella seguía con la vista clavada en el infinito. Probablemente estaba a muchos kilómetros de allí, quizá rememorando algunos momentos de su infancia, que se enmarañaban con los acontecimientos ocurridos aquella noche.

Estaba calada hasta los huesos; había sido la peor noche en muchos años, y no sólo por la lluvia que caía a cántaros.

Empezó a desvestirla con la ternura de una madre a su hijo pequeño. La secó con una toalla cuidadosamente, descubriendo todas las marcas que esa noche había dejado en todo su cuerpo. Seguía sin pestañear.

Le puso algo de su ropa, para que entrara en calor, pero cada vez que la tocaba, por muy suavemente que lo hiciera, ella se apartaba, con miedo. Cuando se dispuso a levantarse para ir a la cocina a por algo caliente, ella balbuceó:

- No te vayas… ya me siento bastante sola.

-Tranquila, si tú no quieres, nunca me iré.

Y fue sólo entonces cuando dejó de mirar al vacío, clavó sus ojos en los enormes ojos verdes de él, se desplomó y rompió a llorar.

Parecía como si nunca hubiera llorado, como si hubiera guardado todas las lágrimas de su vida para ese día. Él la abrazó y no trató de calmarla, al fin y al cabo, no había derramado ni una sola lágrima desde su nacimiento, y no era quien para impedir esa redención.

La tumbó en su cama y la tapó con un edredón, para que dejara de temblar, al menos de frío. Se echó sobre la cama junto a ella, comenzó a acariciarle el pelo con toda la dulzura que sus manos eran capaces de demostrar, y justo en la duodécima caricia, se quedó dormida mientras sollozaba.

Los primeros rayos de luz la despertaron. Abrió con dificultad sus pequeños ojos hinchados, por el llanto y por los golpes. Le dolía todo el cuerpo y apenas podía moverse. Él seguía allí, inamovible, acariciándole el pelo y mirándola.

- ¿No has dormido en toda la noche? –preguntó ella.

- He estado soñando.

- ¿Con qué?

- Con el mar. ¿Te gusta el mar?

- Sí, claro que sí, pero cuando no hay gente.

- Pues he soñado que las playas más vírgenes están en el fin del mundo.

- ¿Y eso está lejos?

- Está lo suficientemente lejos.

3 comentarios:

Juan Carlos Loaysa dijo...

Precioso. ¡Escribes genial!

Cuentista dijo...

si que escribes genial. Por cierto, la foto si que esta currada, sobretodo porque yo se en que está inspirado todo esto...o no?

Desde la luna dijo...

Podrías, podrías... ;)

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