El abominable hombre de las tabernas, no es un monstruo verde y con rayas, como los de cuento. No vive en rincones, para ocultarse, sino que repta torpemente por doquier dejando su rastro baboso a plena luz del día.
La insulsa existencia de este engendro de corriente apariencia, sólo se ve interrumpida cuando, de cuando en cuando, decide horadar las mentes esponjosas de seres ordinarios con su lengua viperina, taladrando con viles artimañas, canales profundos en los sesos de los que se dejan.
Una o dos veces por semana, tiene por costumbre irrumpir en los besos vespertinos de los amantes radiantes, para tornar sus dulces caminos en tortuosas veredas, llenas de charcos de incertidumbre.
Pero lo peor de su condición, es su terrible amabilidad, que consigue que todos le inviten a sentarse a su mesa… ¡Pobres ingenuos! No saben que dos segundos después empezará un festín de canibalismo cerebral, al cual están invitados sólo como vianda.