viernes, 26 de marzo de 2010

Haiku hambriento

sábado, 20 de marzo de 2010

Primavera

Rebrotas, renaces, resaltas y enluces

rincones, callejas, caminos y almas.

Recorres venas, florece el hormigueo,

acaloras, exaltas, entusiasmas al reo.


Las pasiones que enardeces dan frutos rojos,

sonidos, olores, luces, dulces sabores,

acuden de improviso al vientre y las entrañas

y bullen bajo el manto de tibias mañanas.


Despiértame, haz que me remueva por dentro

y por fuera, báñame en cien mil sonrisas,

haz germinar revolución en mi mollera

y regresa el próximo año, Primavera.

sábado, 13 de marzo de 2010

Leyenda de la Luna y el lobo


Cuenta la leyenda, que desde el principio de los tiempos, la luna brillaba majestuosa y serena en el cielo, y con su luz tenue y su mágica presencia, inspiraba a poetas y artistas; fascinaba a los soñadores, hacía crecer las cosechas, movía a su antojo las mareas, regulaba la fertilidad de las mujeres e incluso modificaba el ánimo y la salud de los vivos.

Una noche, un lobo gris se alejó de su manada y se acercó a beber a un arroyo. Se inclinó sobre el agua, y vio reflejada a la luna en ella. Una especie de hechizo se apoderó de él tras beber del reflejo de luna, y lo sumió en un profundo enamoramiento. Al mismo tiempo, los rayos de su luz, se reflejaron en el pelo del lobo y el brillo color plata, cautivó a la Luna.

Aullaba cada noche a la luna, con el fin de que ella lo escuchara y bajase para estar con él. Aullaba tan fuerte que la luna de feliz que estaba, hacía crecer su luz cada vez más. Se sentía completamente llena de que el lobo se sintiera tan fascinado y le parecía como si el amor que tenían fuese tan fuerte que superase a la eternidad del tiempo.

Necesitaban estar cerca el uno del otro, así que cada noche, el lobo aullaba y la luna brillaba con toda su luz. Así se comunicaban. El lobo le pedía a gritos que bajase para estar con él, pero ella, respondía con evasivas, porque no podía hacerlo. Tenía muchas obligaciones que mantener desde allí arriba. Si bajaba, no habría cosechas, ni nacimientos, ni arte, ni amor. Desaparecería la humanidad. No podía condenar a los hombres por su propio capricho.

Fue entonces cuando el lobo de tanto aullar, perdió su voz y la luna ya no pudo oírlo ni encontrarlo… se sumió en una enorme tristeza pensando que el lobo ya nunca más la querría, y su luz se fue haciendo cada vez más pequeña, y más pequeña, hasta que se ocultó en la oscuridad del firmamento.

El lobo por fin recuperó su voz tras varios siglos de silencio y se dispuso a llamarla. Miró al cielo y no la encontró por ninguna parte. Pensó que habría muerto y no pudo soportar ese dolor. Fue corriendo a toda velocidad hacia un cañón entre montañas, se tiró al vacío y murió estampado contra el suelo.

Un buen día la luna pensó que no podía dejar que todos los ciclos de la tierra se alteraran por su tristeza y decidió volver a brillar, aunque esta vez con una luz mucho más débil, sólo por obligación; intentó no pensar en el lobo, porque le hacía mucho daño, pero al mirar hacia abajo lo descubrió ensangrentado y sin vida.

Se sentía tan afligida que ya no tenía sentido brillar para ella, pero tenía que cumplir con su labor en el mundo. Así que decidió tomarse al menos un día de descanso al mes en el cielo, para poder estar con el espíritu de su amado y adquirir la fuerza necesaria para seguir brillando 28 días más. Después de todo, la humanidad comprende que privarse de un día de luz de Luna al mes, es un precio relativamente bajo para que ella pueda iluminar hasta el fin de los tiempos.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Siento despertarte


-Siento despertarte a estas horas, susurró un espectro desde el dintel de la puerta.

Cuando pudo verla mejor tras apartar las legañas de sus ojos, observó que el agua le caía desde el pelo hasta los pies, tenía un labio partido, le sangraba la nariz, y su pálido rostro estaba amoratado.

- ¿Qué ha pasado? Vamos, entra, no te quedes ahí…

Ella no respondió, sólo temblaba como un cachorro.

Le tomo la cara con las manos y trató de fijar su vista perdida en su cara, para hacerla volver en sí, pero ella la apartaba, avergonzada.

La sentó sobre su cama y le pasó el brazo a modo de abrigo sobre los hombros; ella seguía con la vista clavada en el infinito. Probablemente estaba a muchos kilómetros de allí, quizá rememorando algunos momentos de su infancia, que se enmarañaban con los acontecimientos ocurridos aquella noche.

Estaba calada hasta los huesos; había sido la peor noche en muchos años, y no sólo por la lluvia que caía a cántaros.

Empezó a desvestirla con la ternura de una madre a su hijo pequeño. La secó con una toalla cuidadosamente, descubriendo todas las marcas que esa noche había dejado en todo su cuerpo. Seguía sin pestañear.

Le puso algo de su ropa, para que entrara en calor, pero cada vez que la tocaba, por muy suavemente que lo hiciera, ella se apartaba, con miedo. Cuando se dispuso a levantarse para ir a la cocina a por algo caliente, ella balbuceó:

- No te vayas… ya me siento bastante sola.

-Tranquila, si tú no quieres, nunca me iré.

Y fue sólo entonces cuando dejó de mirar al vacío, clavó sus ojos en los enormes ojos verdes de él, se desplomó y rompió a llorar.

Parecía como si nunca hubiera llorado, como si hubiera guardado todas las lágrimas de su vida para ese día. Él la abrazó y no trató de calmarla, al fin y al cabo, no había derramado ni una sola lágrima desde su nacimiento, y no era quien para impedir esa redención.

La tumbó en su cama y la tapó con un edredón, para que dejara de temblar, al menos de frío. Se echó sobre la cama junto a ella, comenzó a acariciarle el pelo con toda la dulzura que sus manos eran capaces de demostrar, y justo en la duodécima caricia, se quedó dormida mientras sollozaba.

Los primeros rayos de luz la despertaron. Abrió con dificultad sus pequeños ojos hinchados, por el llanto y por los golpes. Le dolía todo el cuerpo y apenas podía moverse. Él seguía allí, inamovible, acariciándole el pelo y mirándola.

- ¿No has dormido en toda la noche? –preguntó ella.

- He estado soñando.

- ¿Con qué?

- Con el mar. ¿Te gusta el mar?

- Sí, claro que sí, pero cuando no hay gente.

- Pues he soñado que las playas más vírgenes están en el fin del mundo.

- ¿Y eso está lejos?

- Está lo suficientemente lejos.

martes, 9 de marzo de 2010

Haiku



sábado, 6 de marzo de 2010

La noche más corta

No quería dormirme… sabía que debía hacerlo, pues el trabajo había sido duro ese día y prometía serlo aún más al día siguiente, y lo intenté, pero las caricias inocentes empezaron a transformarse en lazos: me sentía dulcemente atrapada en un nudo, de esos que no aprietan, pero que hacen permanecer dos cosas unidas. Llegaron a convertirse en un lenguaje; uno de esos sin traducción posible, porque los conceptos a tratar van mucho más allá del entendimiento humano. Las palabras manaban de las yemas de los dedos, tejiendo una maraña de instantes irrepetibles.

Nos molestaba la piel del otro… habíamos llegado al punto de intimidad más profundo de nuestra historia… aquello nos uniría más que cualquier sacramento, por los siglos de los siglos. Hasta entonces, siempre pensamos que teníamos la relación más intensa que se podía tener, pero lograr una sola caricia, de 8 horas de duración fue la mayor hazaña de nuestras vidas y eso la hizo indisoluble. Sólo había una regla, no interrumpir el contacto, el deslizamiento suave de los dedos y el transporte de sensaciones al otro. La piel se resentía, tratando de conseguir la unión entre las almas, mientras en mi sien, tallaba a cincel cada recorrido, atesorando uno a uno, los segundos de esa noche hasta el fin de mis días.

Nos abrazamos, aferrándonos a ese momento, como si fuéramos a caer por un precipicio y tuviéramos que despedirnos para siempre…

La noche más larga, y la más corta de mi vida… y de la suya. Por suerte quedaron grabados en mi piel los surcos que sus dedos dejaron aquella noche, y se hacen más profundos con el tiempo y la nostalgia… algunos pobres infelices les llaman arrugas, pero es que no comprenden que son mi tatuaje de una noche de caricias…