domingo, 4 de abril de 2010

Progenitura truncada

No te equivoques, yo no te odio. El odio es un sentimiento fuerte, activo, pasional, e incluso capaz de mover vidas, aunque sea en negativo.

Lo que siento por ti a modo de nudo en la garganta, es un vórtice de violencia reprimida, de palabras no dichas, de noches en vela, ansiedades, miedos infantiles y no tanto. Ése nudo que no consigo tragarme ni con los tres vasos de leche al día que me obligabas a tomar de pequeña… ojalá te hubieras preocupado tanto por cualquiera del resto de cosas de mi vida, como por mis huesos… que encima, ¡mira para qué ha servido!

Si al menos lo que siento fuera odio, no me comería por dentro este hastío, este cansancio y desilusión; esta desgana, impotencia, resignación y pena. Sobre todo pena, que es el peor de los sentimientos que puede tenerse, porque no produce, ni mueve, ni transforma. No conduce absolutamente a nada.

Ojalá te odiara… al menos sería síntoma de que aún me importas.

2 comentarios:

Juan Carlos Loaysa dijo...

¿Existe alguien objeto de esta gelidez? Espero que no. Un pensamiento breve e intenso... Me ha gustado mucho la verdad.

Leonardo dijo...

…no existe una escuela para querer, ni para odiar, pero si sistemas de defensa contra ello, que ojala no lo tengas que desplegar mucho, un saludo y besos-animados…

Publicar un comentario